



Cada día es mayor el número de centros de investigación que estudian el valor que supone la recuperación de variedades y biotipos tradicionales, como herramienta de adaptación al cambio climático.
En Navarra, por ejemplo, tienen 68 variedades en el conservatorio de cepas. La gran cantidad de recursos genéticos de los que se dispone, permite encontrar plantas que cubran las necesidades actuales. No sólo existen diferencias entre variedades más adaptadas o menos sino incluso dentro de una misma variedad vemos variabilidad en la duración del ciclo o en el número de semillas por ejemplo.
España ha sido un territorio en el que el cultivo de la vid ha tenido una gran importancia desde tiempos inmemoriales como así lo atestiguan los yacimientos arqueológicos que poseemos. Se tiene constancia por fuentes escritas antiguas de la existencia del cultivo de la viña en todas nuestras comarcas, así como de la enorme diversidad varietal que existía para la elaboración de vinos, pasas o para consumo directo.
Sin embargo, desde principios del siglo XX hasta nuestros días, se ha producido un proceso imparable de reducción de esta diversidad, que se inició con la destrucción del viñedo por la filoxera y siguió con la posterior reconstrucción del cultivo a partir de un número reducido de variedades que en su momento se consideraron las más interesantes despreciando las que posiblemente tenían un menor éxito comercial.
Posteriormente se le sumó la problemática de las normativas estatales y reglamentaciones de las denominaciones de origen que imponían unas listas de variedades autorizadas, y finalmente la globalización en el mundo del vino que ha conllevado la introducción de variedades foráneas en detrimento de las cepas autóctonas.
El resultado ha sido la posible desaparición definitiva de algunos de los cultivares que formaban parte del rico patrimonio varietal vitícola español, mientras que muchas otras variedades están en declive, amenazadas o directamente en evidente peligro de extinción. Sin embargo, en los últimos tiempos existe un interés en recuperar estas variedades minoritarias. Por una parte, como elemento diferenciador en la producción de vinos con personalidad propia y ligados al territorio. Y por otra, ante la incidencia del cambio climático en el comportamiento de las viñas que ocasiona cada vez más problemas agronómicos y enológicos, el empleo de variedades minoritarias autóctonas podría ser una solución por su posible mejor adaptación a las nuevas condiciones climática.

Antes de cerrar esta entrada deberíamos aclarar qué se considera una variedad autóctona, ya que todas las variedades en algún momento han sido foráneas. Históricamente se han buscado variedades para mezclar y conseguir compensar acidez, grado, pH, etc. Ahora, debido al cambio climático se apuesta por buscar variedades que puedan aportar ciertos aromas, frescor, identificación con el terruño para compensar las pérdidas producidas por deshidratación o descompensación de la maduración. A la par que se buscan variedades que soporten bien el incremento de las temperaturas, así como las enfermedades y plagas provocadas por la mayor o menor humedad en las vides.