



Una de las iniciativas probablemente más insólitas y con mayor interés de la historia del vino en España, es el experimento pionero con el que nació la marca El Medoc Alavés en la segunda mitad del siglo XIX y con el que se intentó hacer el mejor vino del mundo, para lo cual una serie de vitivinicultores se dispusieron a aprender de quienes estaban elaborando los mejores vinos de entonces, y superarlos.
Hubo que esperar a la década de 1860, al calor de la plaga de oídium, para que se produjera el experimento del Medoc alavés ante el considerable descenso de la producción vinícola en la región riojano alavesa que indicaba la inevitable crisis. La Diputación de Álava diseñó entonces una estrategia para sacar al sector viticultor de esta coyuntura, animada por la propuesta de los procuradores de la hermandad de Laguardia (Álava), José María Migueloa y Valentín Sotés, que solicitaron la importación de una serie de variedades de vid para experimentar con ellas en tierras alavesas y la puesta a disposición de los cosecheros de las herramientas y la infraestructura necesaria. En este plan de la máxima institución alavesa la Granja Modelo de Álava, que dirigió Eugenio Garagarza, y los cosecheros José María Olano y Francisco Paternina, de los pueblos riojano-alaveses de Samaniego y Labastida, respectivamente, jugaron un papel clave en el impulso y desarrollo del Medoc. La Granja realizó diferentes estudios sobre el tipo de abono, uva y tierra que se debería utilizar. Y, por su parte, los cosecheros, pusieron en práctica las directrices que recibirían de Jean Pineau, el prestigioso enólogo francés contratado por la Diputación. Pero, fueron Guillermo y Camilo Hurtado de Amézaga, marqueses de Riscal, quienes pusieron los cimientos para que se pusiera en marcha el proyecto del Medoc. Fueron ellos quienes consolidaron la conexión de Burdeos con la Rioja Alavesa, apostando por un vino y clientela nuevos, haciéndose con los conocimientos científicos y técnicos desarrollados en el área bordelesa y dedicándose a ponerlos en práctica en Álava para adaptarlos y perfeccionarlos. Sus primeras cosechas fueron exitosas, obteniendo la medalla de oro en la Exposición Internacional de Bayona de 1864.
Con todo, a la altura de 1866, el vino de Medoc cosechó un gran éxito: aunque tenía algo más de alcohol, era igual de bueno, o incluso mejor que el Burdeos, y desde luego que el Borgoña, porque tenía menos acidez. No obstante, esta gloria fue efímera. Pronto murió de éxito ante la falta de infraestructura, la ausencia de un mercado de consumidores que pudiera apreciarlo por su calidad y no por su capacidad alcohólica, los recortes económicos en La Granja, y la tambaleante coyuntura política que arrancó en 1868 con La Gloriosa y continuó con la Guerra Carlista de 1872. Una situación que dejó el terreno abonado para que el Medoc alavés acabara desapareciendo.

La anécdota:
Era un sábado, el 5 de mayo de 1866. Sin saber que le quedaban tan solo un par de años de reinado hasta que una revolución la forzara a exiliarse en Francia, Isabel II convocó otro día más a un nutrido grupo de comensales al almuerzo. Los documentos no revelan el menú, pero con bastante seguridad el plato principal era algún asado, el predilecto de la reina. Todo era como otros sábados, con una sola excepción. Había un intruso en la mesa: el vino. No era vino de Burdeos o de Borgoña, como habitualmente, sino un vino tinto elaborado en la provincia vasca de Álava. Llevaba una etiqueta con un nombre curioso: Medoc Alavés, una combinación de palabras creada con la atrevida pretensión de relacionar este nuevo producto del pequeño territorio foral con el Médoc, la meca del vino de calidad en la francesa Burdeos. Entre los comensales se encontraba Fernando Muñoz, duque de Riánsares, desde la muerte de Fernando VII en 1833 amante secreto y a partir de 1845, por decisión de las Cortes, marido oficial de María Cristina, la madre de la reina Isabel II. En una misiva suya, Riánsares dejó testimonio de lo que seguramente fue la primera cata en alta sociedad del nuevo vino alavés:
“En la comida se le hizo al vino los honores que se merecía y S. M. fue la primera en probarlo, sin decir su opinión hasta que el perito D. Pedro Rubio lo degustó una y dos veces, después de haberlo mirado a la luz otras tantas. Dio la casualidad que estaba en la mesa D. Alfonso Chico de Guzmán, hombre inteligente, con una gran cosecha de vino en Murcia, que fue invitado a dar su voto. Unánimes fueron en que era un vino exquisito, bien elaborado y de excelente gusto y color, hallando todos mucha más fuerza en él que en que tienen todos los vinos franceses”. La propia reina compartía esta valoración positiva y se reservó para su consumo privado 6 de las 12 botellas que se le habían enviado.
La tradición vitivinícola riojana comienza a adquirir un perfil claramente diferenciado cuando algunos avezados hombres del vino introducen nuevos métodos de elaboración y crianza de los vinos y fundan las bodegas hoy centenarias en la segunda mitad del siglo XIX. Si la mejora de la comercialización del Rioja recibiría su empujón definitivo con la llegada del ferrocarril y de los compradores franceses debido a la crisis de la filoxera, ilustres bodegueros como Luciano Murrieta, Camilo Hurtado de Amézaga Marques de Riscal, o Rafael López Heredia, constituyen el máximo exponente de la definitiva introducción del concepto moderno de calidad en los vinos de Rioja, con la especialización en la producción de vinos de calidad criados al estilo del Medoc y comercializados en botella.
* * *