



Son vinos blancos vinificados como los vinos tintos, es decir, se deja el mosto macerando con sus pieles de uva, tal y como se hace con los vinos tintos. De ahí que tengan un color más subido que los blancos a los que estamos más acostumbrados. Este contacto con las pieles hace que tengan un color más oscuro y de ahí reciben su nombre.

La idea de llamarlos “orange wines” se le ocurrió a David Harvey, un comerciante de vino inglés, quien se encontró que ni siquiera los propios productores sabían como definir y cómo llamar a estos vinos. Así que su nombre tiene una claro carácter comercial; puro marketing.
En España sí teníamos nombre para estos vinos: “vino brisado”.
Los orange wines no debemos confundirlos con el “vino naranja” que se elaboran en Huelva, el el Condado de Huelva, con Zalema, Pedro Ximenez o Moscatel y que se maceran con piel de naranja.
La mayor representación de los orange wines, o vinos brisados, la encontramos en productores de vino natural que buscan proteger sus vinos sin aditivos químicos, con mínimas dosis o sin sulfuroso añadido y fermentando con levaduras autóctonas, entre otras características. Tienen en común una vuelta al origen, a lo “natural”
En esta vuelta a lo tradicional se busca la elaboración en elementos ancestrales, como las tinajas o las ánforas, frente a las barricas de acero inoxidable.
Las tonalidades pueden variar mucho dependiendo del tiempo que dure la maceración, la variedad de uva utilizada y el estado de madurez, entre otras variables. Los orange wines son vinos estructurados, tánicos, con volumen y ricos en sabores inesperados, lejos de los tópicos de la cata de un vino blanco, en boca se acercan más a un tinto. Son vinos con gran capacidad de envejecimiento en los que se suavizan los taninos.
Los orange wines o vinos brisados no son una tipología oficial ni tienen una mención especial que deba ser indicada en la etiqueta. Son una manera ancestral de hacer vino que aún no ha sido definida del todo por los viticultores.






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